El error no fue conocerte, fue pensar que eras diferente
Siempre he creído que hay amores que nos destrozan el alma y otros que nos hacen amar la vida, pero si me preguntan cuál fuiste tú, diría que los dos.
Aún recuerdo cuando el tiempo confabulaba a nuestro favor y era el cómplice perfecto de nuestras noches. Las estrellas nos envolvían en un halo mágico y el viento se llevaba cada suspiro que te susurraba “quédate”. Sin embargo, mis plegarias no fueron suficientes porque en tu partida te llevaste mi alma.
En tus ojos se reflejaba la distancia que nos embarcaría; en el café de tu mirada se vislumbraba un eclipse que oscurecería mi paraíso; y ese último beso, que en el momento era un néctar que endulzaba mis sentidos, se transformó en veneno que iba paralizando poco a poco mi corazón y que sabía a un amargo adiós.
Nos perdimos en la nada, como si un agujero negro hubiera devorado nuestros cuerpos y nos hubiera desechado en otro universo. Todavía te pienso, me llegan esos flashbacks de las risas estruendosas que hacían palpitar hasta el corazón más frígido; y aquellas caricias dulces que erizaban mi alma suavemente se han disipado en el aire. El suave olor de tu aroma que se introducía en cada poro de mi piel y estremecía mi corazón se evaporó, provocando una atmósfera nauseabunda y melancólica.
No sé en dónde estás, mi espíritu desesperado te busca en cada rincón y confundido al querer hallarte te encuentra en pseudo figuras, las cuales desmienten mi realidad desvirtuada y quiebran cada membrana de mi ser.
Sin duda, mi peor lucha ha sido querer olvidarte, pero la vida es tan caprichosa que es como una ruleta que juega con nuestras emociones. Unas veces salimos librados de la batalla del amor y otras quedamos muertos en el campo.
Ahora sé que la única compañía que vigilará mis pasos será mi sombra envuelta en nostalgia y recuerdos, que en cada momento evocarán tu nombre.
Por Flor Vega Castillo