Me despido de ti
El amor ya no es más nuestro amigo, ahora lo culpo de ser cómplice de un crimen. Sí, nos ha asesinado con la bala del orgullo; su disparo fue certero y fulminante, ya que ha matado todo el sentimiento que existía entre nosotros y nos hirió con rencor, enojo, y arrogancia.
Al instante sentí cómo el orgullo se iba adhiriendo a mí y a ti. Fue como una hiedra venenosa que nos iba asfixiando y que nos enmudecía para siempre. Yo quería gritar tu nombre, salvarnos, pero ya era muy tarde, sentí cómo poco a poco estaba carcomiendo nuestras extremidades y ennegrecía nuestro corazón.
Tal cual, una nube de humo, más oscura que el carbón, nos rodeó; nos dejó sin habla y paralizó el romanticismo que nos caracterizaba. Hoy maldigo a ese enemigo furtivo que nos desapareció, que borró nuestra alegría y transformó un paraíso en infierno.
Nuestras almas han sido expuestas a un tiroteo del que no salieron bien libradas, ni siquiera me atrevería a mencionar que sólo fueron heridas y que podrán recuperarse, porque las han matado. ¿Quién puede ser tan desgraciado como para dañar el más grande amor que puede existir sobre la tierra?
Me despido de ti, ¡oh, mi gran amor!, porque me estoy desangrando y no quiero morir en tus brazos. El orgullo fue capaz de quebrantarme y no podré estar de nuevo cerca de ti, ya no volveré a pronunciar más palabras bellas y las caricias se esfumarán, perteneciendo sólo al recuerdo.
Si hubiera sabido que esa noche íbamos a ser ultrajados con esa pequeña y dura bala del orgullo, te hubiera dicho tantas cosas, como que eras el amor de mi vida y que mis momentos contigo eran sublimes.
Pero todo fue tan furtivo, que sólo nos vi tendidos sobre el suelo, bañados en la sangre de la indiferencia y el desprecio. Era la escena pasional perfecta, unos cuerpos de dos amantes que se entregaron a las manos del amor, y que fueron exterminados por las manos de su más grande antagonista: el orgullo.
Por Flor Vega Castillo